lunes, 4 de junio de 2007

Labios como espadas

José Saramago comparó la devastación humana en Palestina con el holocausto nazi. Y no pasó nada. Dijo la verdad. Y no pasó nada. Miento. Lo acusaron de antisemita. Esa es la trascendencia política real de la intelectualidad contemporánea. Ninguna. Pero hizo lo que debía. Decir la verdad y decirlo para que nos doliera la conciencia.

En España la cosa está aún peor. Y cadáver en Andalucía. La capacidad de nuestros intelectuales para influir activamente en la ciudadanía es mínima, por no decir nula. Los más arrojados emplean las espadas como labios. El resto, ni eso. Se entretienen en golpearse entre sí en una sarta de peleas incestuosas que no interesan a nadie. Ni a ellos siquiera. Me asombra y me asusta que la valentía política de los pensadores actuales sobrevenga a los 90 años. Que pocos se atrevan a opinar con metralla por temor a perder su tribuna pública. Que muchos hayan olvidado o ignoren para qué escriben. Yo escribo para cambiar el mundo. Soy un iluso. Lo sé. Pero coincido con Orwell en que no puede llamarse escritor quien no persiga alcanzar una finalidad política con su obra. Él empuñó un fusil. A nosotros nos toca empuñar la vida.

No basta con la palabra. El intelectual contemporáneo tiene que actuar. Convertirse al activismo y llevar a la práctica lo que escribe. No sé quien dijo que la mejor educación era el ejemplo. Así es. Esta sociedad anestesiada necesita de un revulsivo ideológico. Y no basta con la palabra. Poco tiempo después de la denuncia de Saramago, Israel invadió Líbano. Unos callaron para no ser acusados de antisemitas. Otros hablaron y hablaron hasta llenar columnas y columnas de dolor ajeno. Pero nadie salió a la calle a protestar. Porque era verano, claro. Vacaciones. Y porque la verdad política se viste de colores y ahora tocaba vestirse de silencio para nuestra vergüenza.
Creo con sinceridad que los intelectuales nos hemos convertido en los peores cómplices de esta mal llamada “sociedad de la información”, de este monstruo que desinforma a fuerza de vomitar opiniones. Nos hemos degradado en simples alimentadores del ruido de fondo. El ciudadano inteligente nos rehuye como la peste y termina fabricándose su propia verdad, infinitamente menos esteriotipada que la nuestra. ¿Y así queremos cambiar algo? Así es imposible. Hoy ya no sirven los cauces literarios de siglos pasados. No basta con la palabra porque la mayoría de las veces nos sobra. Lo que necesita esta sociedad son ejemplos. Hechos. Acciones. Para mí es mucho más “intelectual” quien se deja la vida por los demás, que quien piensa por escrito para sí mismo. Los tiempos han cambiado y es lógico que también cambien los mecanismos para influir en las conciencias. Es urgente hilvanarlas al corazón para elevarlas a la categoría de movimientos colectivos. Sigo creyendo y confiando en que esta tarea corresponde a los intelectuales. Pero me temo que no así.
Lo que dijo Saramago no sirvió para nada, aunque me hiriera por dentro como si me hubieran bombardeado los intestinos. Pero al menos Saramago utilizó los labios como espadas. Esa fue su acción. Su ejemplo. Ya es Nobel y viejo por fuera. Nosotros todavía no hemos cumplido la mitad de sus años, y ya damos pena. Por fuera y por dentro.

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