sábado, 30 de junio de 2007

La era de los instintos

Jamás lo había contado. A nadie. Por respeto. A todos. Era muy temprano. Invierno. De los de antes. Cuando la mañana dolía en la cara. El aire se descomponía en un enjambre de agujas que te dejaba los pómulos como acericos. Yo me cubría con la bufanda hasta los ojos. Apenas podía escuchar. Por eso aquella anciana me golpeó la espalda. Me tomó del antebrazo y me llevó hasta el zaguán de su casa: “mi marido se ha caído de la silla de ruedas”. Estaba tirado en el suelo en un decrépito escorzo. Frente al televisor apagado. A un palmo de una “interviú” abierta de piernas. Con semen en la mano derecha. En el estómago. Y en el pijama. Mi debilidad física es inversamente proporcional a mi capacidad de asombro. No moví un músculo de la cara. Por el contrario, tuve que emplear los del resto de mi cuerpo para sentar al viejo en la silla de ruedas. No levantó los ojos del suelo. Como si se hubiera quedado absorto en la sombra de su vergüenza. Gracias, me dijo él. Gracias, me dijo ella. Los dos han muerto.

Decía Aristóteles que la mente es lo divino del hombre. Y yo digo que el corazón es lo humano de dios. El hombre lleva jugando a ser dios desde que es hombre. Pero nunca como ahora de una manera tan desalmada. Tan fáustica. El hombre contemporáneo ha normalizado la venta del alma al diablo para conseguir lo que desea. Y cuando al fin lo tiene, quiere más porque no tiene alma para disfrutarlo. Éste es el fundamento del absolutismo de mercado. Del liberalismo político y económico. La perpetua insatisfacción. Uno es aparentemente más feliz mientras más tiene. Y mientras más tiene, más desea. Y mientras más desea, más infeliz. Y así, hasta la depresión. Con el agravante de haber asumido socialmente esta conducta como la correcta.
Europa empezó a pensar con el averroísmo. Que no con Averroes. Llámese averroísmo a la lectura manipulada que hizo la Sorbona de sus traducciones aristotélicas, para designar a la razón como única fuente del conocimiento. Extirpando lo sensorial de los manuales de filosofía, la Iglesia consiguió el monopolio de la gestión de las almas. Sentir fuera de los cánones era pecado. El siglo de las luces sirvió para conceder el poder y la razón al “pueblo”. Y el siglo XX para animalizarlo. Europa, que ya había dejado de sentir, dejó de pensar. Pasamos de la era de la razón a la era de los instintos. Y el primer síntoma de bestialización fue la indolencia ante las catástrofes humanas de la guerra civil española y las dos guerras mundiales. El corazón y la cabeza abdicaron frente al dolor ajeno. Los veterinarios llaman a esa patología instinto de conservación. Creo sinceramente que nos hallamos inmersos en una época de inversión ética, peligrosa por aceptada, donde lo moral está peor visto que el sexo y las drogas. Que nadie me tome por puritano. Nada más lejos de la realidad. Yo entiendo a ese viejo que se cayó al suelo. Las imágenes codificadas de porno tienen más audiencia que el debate parlamentario sobre el estado de Andalucía (0,8 %, apenas 5000 personas). Pero creo más en la actitud de la esposa que amaba a ese viejo más allá del esperpento y de la infidelidad mental. Y reivindico esa conducta como motor político para movilizar las almas de esta sociedad indolente. Porque me temo que las conciencias ya están echadas a perder.

Morisco, palabra maldita

(El País, 25/06/2007) Manuel Planelles

Una simbólica proposición no de ley está olvidada en un cajón de la mesa del Parlamento de Andalucía desde septiembre de 2006. Se trata del derecho preferente a la nacionalidad española de los moriscos. La presentó Izquierda Unida, pero afecta a una competencia del Gobierno central por lo que se necesita que tres fuerzas políticas apoyen su tramitación y se pueda debatir. Lo que se solicita es que el Parlamento autonómico inste formalmente al Gobierno central a conceder esta nacionalidad preferente a los descendientes de los moriscos, musulmanes obligados a convertirse al catolicismo que fueron expulsados definitivamente de España en el siglo XVII."Sería algo simbólico, con una carga sentimental muy importante"
Antonio Manuel Rodríguez, profesor de Derecho Civil de la Universidad de Córdoba, es uno de los promotores de esta iniciativa. Sostiene que, además de IU, el PA se ha mostrado favorable a que se debata esta cuestión en el Parlamento andaluz. "Sólo falta que se pronuncie el PSOE, que es precisamente el promotor de la Alianza de Civilizaciones", añade Rodríguez.
Lo que se busca con esta medida es una "reparación histórica". "Sería algo simbólico, con una carga sentimental muy importante", sostiene Rodríguez. "Sólo se tendría que incluir en el Código Civil la palabra morisco o andalusí".
El Código Civil español establece que es necesario que un extranjero permanezca legalmente en el país durante 10 años para lograr la nacionalidad. Pero fija dos excepciones. Por un lado, los refugiados sólo tienen que acreditar cinco años de residencia. Por otro, los ciudadanos procedentes de países iberoamericanos, Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial y Portugal sólo necesitan dos años de permanencia. A este último listado se le añadió en 1948, durante la dictadura franquista, a los sefardíes, los descendientes de los judíos que vivieron durante siglos en la Península hasta que también fueron expulsados por los Reyes Católicos. "Lo único que habría que hacer es incluir el término morisco a ese lista", afirma Rodríguez, "y se rompería con el falso mito fundacional de España que se sustenta en la negación del pasado musulmán". "Son ocho siglos de nuestra historia, el periodo más largo".
Rodríguez es consciente de las trabas que existen desde sectores de la derecha a que esta medida se adopte. "Es por ignorancia", asegura este profesor que niega que se produjera una avalancha de ciudadanos del Norte de África en busca de una fácil nacionalidad. "No es más que una medida simbólica, se necesitaría crear una oficina de certificación andalusí o morisca que realmente acreditase la descendencia". Según Rodríguez, haría falta que presentasen manuscritos de la época, que muchos conservan en sus casas como herencia familiar. Además, sería obligatorio que el solicitante residiera legalmente dos años en España para poder reclamar esa nacionalidad preferente. "Sería reconocer que tuvimos un pasado multicultural", añade.
Mansur Escudero, presidente de la Junta Islámica de España, ha organizado esta semana un seminario en Córdoba sobre el mismo asunto abalado por el Liderazgo Musulmán, una organización internacional en la que están agrupadas 400 asociaciones. En las jornadas se ha suscrito un decálogo que se elevará al Gobierno español. Se trata de medidas concretas sobre el proyecto de Alianza de Civilizaciones. En el último punto del decálogo se reclama que se impulse la "recuperación de la memoria histórica andalusí", como modelo de convivencia entre diferentes religiones y culturas. Y se recupera la petición de nacionalidad preferente para los descendientes de los moriscos. Además, se aboga por la celebración de un "encuentro mundial para la recuperación de la memoria histórica andalusí".
El decálogo aprobado esta semana en Córdoba también incluye otras interesantes medidas como la creación de observatorio internacional contra la 'islamofobia', incentivar proyectos que fomenten "la igualdad de género" o la exigencia a los países implicados en la Alianza de Civilizaciones "una coherencia en lo relativo a la libertad religiosa, respeto a las minorías y políticas migratorias justas".

Andaluces por unas elecciones propias

Hace ahora 26 años, los andaluces aprobamos en referéndum el Estatuto de Autonomía que nos situaba en similares condiciones de poder y autogobierno con las llamadas comunidades históricas españolas: Cataluña, País Vasco y Galicia. Siendo la celebración de elecciones autonómicas en solitario y separadas de cualquier otro proceso electoral una de las prerrogativas clave para estas comunidades, sólo Andalucía ha renunciado de manera permanente a esta posibilidad, convirtiendo en norma la celebración simultánea de sus propias elecciones autonómicas con otro tipo de convocatorias estatales.

El resultado, al cabo de los años, ha sido que mientras estos otros territorios han fortalecido sus instituciones de poder, han extendido un discurso social y económico propio de acuerdo a sus intereses y han aumentado su peso en los órganos políticos de Gobierno de España, Andalucía ha seguido postergada a las últimas posiciones económicas, culturales, políticas y sociales del Estado.

Todos los debates electorales que se han desarrollado en Andalucía a lo largo de los años han estado sistemáticamente sometidos a los asuntos marcados por la agenda política de Madrid, las tensiones territoriales de quienes utilizan su poder para obtener más y mejores compensaciones o al terrorismo y su persecución, como principales argumentos de presión y chantaje sobre los votantes andaluces. De esa manera puede entenderse que las cifras de abstención y votos en blanco hayan sido históricas en las recientes convocatorias de Reforma del Estatuto andaluz y en las Elecciones Municipales de mayo de este año.

¿Cuándo y dónde se habla de los problemas y los asuntos de interés para Andalucía? ¿En qué Telediarios, emisoras de radio, periódicos y medios de comunicación en general, se hace de la situación de Andalucía el eje de una sola campaña informativa, más allá de chistes, sucesos o folclore?

Nosotros pensamos que Andalucía merece un debate político propio y unas elecciones separadas que lo permitan. Unas elecciones en las que cada uno de los partidos políticos y agrupaciones electorales que concurran a ellas expresen en libertad e igualdad su proyecto sobre los grandes temas que de verdad importan a los andaluces y que constituyen el futuro de nuestros propios hijos. Un debate político en el que se expresen con claridad análisis y alternativas sobre la grave crisis industrial de nuestra tierra, las altísimas tasas de temporalidad laboral y de accidentes de trabajo, la violencia machista, la dependencia financiera, la vulnerabilidad tecnológica, la corrupción urbanística que a la cabeza de España viene impidiendo el acceso de las jóvenes familias a una vivienda digna, la emigración de nuestros mejores valores universitarios, el hundimiento de la agricultura, la permanencia de bases militares extranjeras, la más baja calidad educativa de entre todos los países de la OCDE y tantos y tantos asuntos que, sin duda, merecen un enfoque y una atención específica.

Por eso nosotros, “ANDALUCES POR UNAS ELECCIONES PROPIAS”, gente de Andalucía de toda procedencia política y condición, sumamos nuestras fuerzas para constituirnos en Plataforma cívica que de acuerdo a la legislación vigente promoverá, a través de la obtención de las firmas de andaluces y andaluzas, la aprobación de una ley que en el futuro garantice la celebración en Andalucía de elecciones autonómicas propias y por separado.




Andalucía, 23 de junio de 2007

A segunda

Cuentan que Rafael El Gallo, después de salir por la puerta grande de la plaza de toros de La Coruña, se despidió a toda prisa de los aficionados para tomar el tren a Sevilla. El gerente del hotel más lujoso de La Coruña le ofreció una habitación para hospedarse y disfrutar esa noche del triunfo. “Maestro, le dijo, cómo se va a ir Vd. para Sevilla con lo lejos que está Sevilla de La Coruña”. Entonces Rafael El Gallo le torció la mirada y le contestó serio: “Sevilla está donde tiene que estar, la que está lejos es La Coruña”. Y todavía tiene razón. Porque Sevilla está en su sitio: con dos equipos de fútbol en primera, uno en la tierra y el otro en las nubes. Córdoba es la que no está en su sitio. El rango de una ciudad no lo mide su renta per capita, ni su tasa de desempleo o de ocupación hotelera. No. El rango de una ciudad lo mide su nivel deportivo. Una ciudad existe universalmente cuando alguno de sus equipos disputa una competición de élite. ¿Por qué se conoce Ciudad Real? Porque es campeona de Europa de balonmano; Almería de Voleibol; Málaga ha ganado la liga, la copa del Rey y ha jugado la Final Four de Baloncesto… A este mismo rango pertenecen ciudades como Valladolid, Badalona, Fuenlabrada, León, Murcia… Pongamos las cosas en sitio y reconozcamos que Córdoba aún no está en el suyo. Córdoba es una ciudad cuántica. Una ciudad que está y no está a la vez. Que si se encuentra en el tiempo, se pierde en el espacio y a la inversa. La única ciudad de España en la que todos los partidos políticos perdieron las elecciones y que tiene a un cargo municipal con nombre de empate. Pero ayer volvimos al camino. Que suenen las campanas. Campanas las de la torre, torre de la Catedral. Toca Campanero, campanero toca. Que ya nos queda menos para encontrar nuestro sitio.

Todos los nombres

El pasado jueves se presentó en la Casa Sefarad de Córdoba el proyecto para la recuperación de la memoria histórica “Todos los nombres”. 30 personas. 30 conciencias. Ningún político.

“Todos los nombres” son unos pocos. Un puñado de personas comprometidas que decidieron crear un banco de datos sobre los desaparecidos y represaliados durante la guerra civil y el franquismo. Sí, son unos pocos. Los encontrados y los que encuentran. Pero actúan como la mecánica de los gases: ocupando todo el espacio y presionando la única salida. La verdad. Cada vez son más. Los encontrados y los que encuentran. Y no pararán hasta matar la utopía. Porque a pesar de los chantajes de quienes profesan el pesimismo antropológico (homo fallens), las utopías no han muerto todavía.

Por definición, utopía es el plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación. Existen dos clases de utopías: las denominadas “utópicas” o imposibles de realizar en ningún caso; y las “políticas” o capaces de generar esperanza en su consecución futura. Las primeras no provocan revoluciones sociales porque nadie se mueve en balde; las segundas, sí. “Todos los nombres” pertenece a estas últimas. Una utopía política en cuanto que alcanzable y esperanzadora

Las utopías mueren cuando se mata la esperanza. La gente abandona la trinchera cuando sabe a ciencia cierta que no conseguirá ni ahora ni nunca aquello por lo que luchó. Es tan mala esa muerte que mejor no haber nacido. Conozco a cientos de pesimistas que perdieron la fe por el camino. La mayoría. Son muy pocos los consiguen conciliar el fracaso social con el triunfo de la actitud y de la conciencia. Los olvidados. Los que no tienen nombres en las calles pero sí en los recodos del corazón. Afortunadamente, también existe una causa de muerte buena: la consecución de aquello que parecía imposible. Yo creo en las utopías políticas porque creo que merece la pena morir por ellas. Como ésta. Algún día llegaremos a conocer todos los nombres. Y no precisamente gracias a la administración pública, sino a la sociedad civil. Motor y verdugo de las utopías.

Yo llegué a esta iniciativa por “causalidad”. Como casi todo lo que nos ocurre en la vida. En uno de mis artículos hablaba de la libertad como la única bandera por la que murieron los españoles en Mathaussen. Un lector de Montalbán se puso en contacto conmigo para decirme que un paisano suyo era el último sobreviviente andaluz de ese campo de exterminio. Se comprometió en llamarme cuando aquel volviera de Francia para las fiestas de su pueblo. Cumplió su palabra, lo conocí y conté la experiencia del encuentro en otro artículo. El historiador Ángel del Río lo leyó por internet y me pidió su dirección en París. Ahora su nombre es uno más de los nombres.

Durante la presentación del proyecto, Francisco Moreno Gómez denunció elegantemente la desmemoria de los gobiernos cordobeses de “izquierda”. Con razón. Nadie ha hecho en la capital lo que él si hizo en Villanueva o mi abuelo Antonio “El Carbonero” en Almodóvar. Y esa incoherencia es la que enferma de muerte mala a las utopías. 30 personas. 30 conciencias. Ningún político.

viernes, 15 de junio de 2007

La leyenda del espacio

Revolución es el movimiento orbital periódico que describe un cuerpo móvil en torno a un cuerpo central. En consecuencia, no hay revolución que no esté condenada a pasar perpetuamente por donde comenzó. El planeta Tierra invierte algo más de 365 días en completar su revolución elíptica alrededor del Sol. La revolución de la izquierda cordobesa necesita cuatro veces más tiempo que la Tierra para perpetuarse en el mismo sitio. Todas las revoluciones colectivas han fagocitado las utopías y sepultado en fosas comunes a quienes lucharon anónimamente por conseguirlas. Alguna calle. Poco más. Yo creo en la revolución íntima. En la revolucionaria búsqueda vital de uno mismo. Reconocerte en quien amas. Equivocarte como los demás. Perdonar como pocos. Saberte imperfecto. Quién eres. Encontrarte reflejado en los miles de espejos identitarios que nos rodean. Como el flamenco.

Flamenco proviene de las palabras en árabe “falah” y “mencub”, que significan campesino sin tierra, despojado, desahuciado, marginado, sin nada. Tras la conquista de Al Andalus, la excelencia de la música andalusí tomó la forma del dolor universal del que ya nada tiene. Del jornalero. Del errante. Del gitano. Del morisco que decidió quedarse y disfrazar su condición espiritual sin renunciar a ella. Ahora entiendo porqué las puertas de las casas estaban abiertas y el zaguán presidido por imágenes divinas. Y entiendo porqué los descendientes de artesanos y jornaleros se lavan hasta los codos como si practicaran una ablución. Y entiendo porqué las mesas de las matanzas se orientan en quibla. Y entiendo porqué las bodas moriscas parecen procesiones sevillanas… Y entiendo porqué el cantaor se duele con la garganta llena de sangre. El mismo dolor universal que transmite un verso de Kavafis, la prosa de Pavese o una canción de Los Planetas.

Su último y revolucionario disco se llama “La leyenda del espacio”. Los Planetas no sólo han teñido de electricidad alegrías, cañas, polos o las letras de Morente y Fosforito. Igual que hicieron los Smash o Triana, el grupo más vanguardista de la música independiente grita a pecho descubierto lo que somos. Por ejemplo, “ya no me asomo a la reja” es un fandango popular que recopiló Juan Antonio de Iza en 1709. Y contiene la esencia más pura del ser exaltado, contradictorio, individualista, pagano, amante y vital del pueblo andaluz: “Como moro soy más moro/ como cristiano cristiano/ como bueno soy más bueno/ como malo soy más malo/ soy más malo que el veneno/ después de haberme pasado toda la noche de jarana/ me vengo a purificar debajo de tu ventana como si fuera un altar”. Estamos rodeados de señales como ésta que nos atraviesan las córneas sin hacernos daño. Y como ciegos sensoriales nos negamos a verlas por temor a que se nos desmoronen los mitos fundacionales del Estado español. En esta revolucionaria Leyenda del espacio, como antes lo hiciera la Leyenda del tiempo de Camarón, Los Planetas han regresado al punto de partida para quedarse en el único sitio donde se puede estar: en el tránsito. Condenados al movimiento perpetuo.

lunes, 11 de junio de 2007

El asesinato de la verdad

Estrenamos pupitre en enero de 1979. Durante los anteriores años de colegio, aprendimos caligrafía sorteando los surcos de la tarima. Raro era el dictado que no terminaba con un par de agujeros en el cuaderno. Las mesas sólo se mantuvieron limpias esa tarde. A la mañana siguiente, mi compañero descapuchó siete cariocas y se entretuvo en rotular arco iris surrealistas en todos los bancos. Menos en el suyo que también era el mío. La coincidencia y mi silencio me costaron un cero en lengua y una humillación inolvidable. El maestro nos entregó un paño mojado para limpiarlos. Toda la clase esbozó la sonrisa instintiva que provocan las desgracias ajenas. El maestro sabía que estadísticamente uno de los dos era inocente. Así que en lugar de multiplicar por dos la culpa, dividió por mitad la inocencia. Y en un gesto de rebeldía animal agarró los cariocas y pintó también nuestra mesa. Mal ejemplo. Le pudo el corazón a la cabeza. Para aliviarme la vergüenza, me levantó el castigo. Normalizó lo ilegal. A los pocos días, los trazos de colores se convirtieron en cárcavas de un centímetro de profundidad. Sin duda, fue la mejor lección de ética que recibí en el colegio. Y además me sirvió para no olvidar la destreza infantil de escribir y esquivar a la vez.

La verdad no es una cuestión moral sino matemática. No está mal ensuciar pupitres: depende de cuántos estén sucios. Si están todos menos uno, el limpio es inmoral. En eso consiste el asesinato de la verdad del que hablaba Braudillard: en acusarla de inconveniencia. Mentira es todo aquello que no conviene a la mayoría aunque sea cierto. Cuando los intereses convergen en una sola dirección, por inmoral que sea, la verdad muere y con ella todos los que se atrevan a defenderla. Los políticos profesionales asesinan la verdad con cruel perfección. Utilizan como contexto y excusa la democracia. Por ejemplo, han normalizado la abstención y el bipartidismo. En lugar de flagelarse por el monstruo social que están fabricando, los políticos presumen de ciudadanía modélica porque votamos pocos y a pocas opciones. Todo lo contrario que afirmaban en los albores de la transición. Ahora ya somos como los yanquis. Una democracia ejemplar. Y si después hacen lo que les viene en gana, que nadie les reproche: haber votado.

El problema es grave porque lo normal no es normal y además peligroso. Las mayorías sociales no son permeables al conocimiento político. No quieren saber y menos la verdad. ¿Y cuál es la verdad? Una tendencia imparable al bipartidismo en aquellos territorios sin un tercero incluyente o una fuerza política nacionalista: provocada por las dos grandes marcas políticas, vacías de contenido ideológico salvo algunos estereotipos y la demonización del opuesto; consentida por la izquierda de la izquierda, que ha renunciado a su discurso alternativo para instalarse en el cómodo sillón del poder subsidiado; y confirmada por una abstención desencantada e indolente que terminará por ensuciar todos los pupitres menos uno. Si fuera el mío, les prometo que esta vez no dejaré a nadie que me lo manche.

martes, 5 de junio de 2007

La segunda transición

Recuerdo con cierta nostalgia las primeras campañas electorales. Los altavoces de los coches fabricando una lengua extraña con los eslóganes cruzados en el aire. Las calles tapizadas de octavillas multicolores. Los muros parecían crucigramas. Cientos de fotos subrayadas con siglas todavía desconocidas para un niño: AP, PTE, PDP, UPAN, PCPA... La izquierda de la época apelaba por el pluralismo partidista como síntoma de sanidad democrática. Aquellos jóvenes abominaban del bipartidismo y de la abstención. Tan imprevisibles en los setenta como llamar sin cables o calentar sin fuego. Han cambiado los tiempos. Aquellos jóvenes alcanzaron el poder. Y ahora defienden justo lo contrario. Nos comparan con Suiza y Estados Unidos para justificar los escasos índices de participación. Y alimentan el enfrentamiento entre pares para acabar con la presencia mediática de las minorías. Imprudentemente. Sin darse cuenta de la miseria de su discurso y de sus nefastas consecuencias.

El desinterés generalizado hacia la política no es la causa sino la principal consecuencia de esta estrategia suicida. Por definición, el bipartidismo conlleva una semidictadura del partido gobernante debido a la falta de control efectivo por la oposición minoritaria. Hablo de matemáticas. Quien alcanza el poder puede hacer prácticamente lo que quiera. Irregularidades incluidas. La mayoría de las veces silenciadas por una oposición cómplice que hizo lo mismo o que lo hará cuando cambien las tornas. Y en medio de tanta mierda, como siempre, los más débiles. Si de verdad se creyera en la democracia, la ley concedería a los ciudadanos mecanismos de control directo sin tener que esperar cuatro años a elegir entre listas cerradas. Serían públicas y ejecutivas las resoluciones de los Defensores del Pueblo o del Ciudadano. O los colectivos sin personalidad jurídica accederían gratuitamente a la justicia No conviene.
Hace más de un año y medio que nació el Taller de Ciudadanía como alternativa de participación directa a esta situación de crisis democrática. Un espacio abierto e independiente para fomentar el encuentro, el diálogo y el desarrollo sociocultural de los ciudadanos que quisieron acudir a sus sesiones. El poder de IU despreció sus propuestas acusándole de ser una franquicia del PSOE. Ahora llegan las elecciones municipales y me llena de felicidad descubrir a muchos de los asistentes y amigos en las listas del PA, PSOE, PP, UPAN… Todos ellos han asumido la difícil e ingrata responsabilidad de la democracia representativa. Y con su actitud valiente han demostrado el pluralismo y la pureza de intenciones del Taller de Ciudadanía. El tiempo ha descubierto quien mentía. Y la historia juzgará su hermosa labor de regeneración democrática. Volverán a llenar el aire, el suelo y las paredes con sus esperanzadores mensajes. Una segunda transición que debería servir de ejemplo a otros muchos lugares de Andalucía.

lunes, 4 de junio de 2007

Historia General de Al Andalus

Sé bien lo que significa sentir a medias. Notar que te falta un palmo para que el roce de los labios sepa a beso, el tacto de los dedos a caricia, la miel a la miel. La hemiplejia sentimental no se cura con pastillas. Ni con cirugía. Se acepta. O acaba contigo.

Un drama similar padece quien conoce a medias. El imbécil que ignora que no sabe y aún así defiende su postura como si en ello le fuese la vida. Sólo que la ignorancia consentida se cura. No mata. Y daña más al prójimo que a uno mismo.

Los males individuales sacuden con la misma virulencia a los grupos sociales. Una pareja, una empresa, una ciudad o un país, pueden sufrir la misma depresión que tú sufres. Andalucía, sin ir más lejos, siente y sabe a medias. Y de ahí provienen sus males.

Siempre creí que a los andaluces nos sobraba sentimiento y nos faltaba conciencia. Demasiado corazón y poca cabeza. El mal endémico de Andalucía. Me duele decir que los 25 años de gobierno socialista han invertido la proporción a peor: hemos perdido sentimiento y carecemos de conciencia. Y lo peor es que casi nadie advierte la enfermedad, a casi nadie le importa el diagnóstico, y a nadie le interesa el remedio: saber quienes somos.

No hay día que no me pregunte quien soy. Que no me cuestione la existencia. Qué hago aquí. Cuál es mi sitio. El pasado martes, en una conferencia que escuché a ratos por imbécil, el escritor Gustavo Martín Garzo justificaba la vida como el tránsito necesario para encontrar el sentido de vivir. Conocerse a uno mismo es la única tarea que nos encomendó el destino desde que nos desprendimos del cordón umbilical. Y no entiendo porqué lo que resulta legítimo a título individual se rechaza por peligroso a título colectivo. Yo vivo en Andalucía. Hablo, pienso y siento en andaluz. Y como yo, la inmensa mayoría de los que me rodean. Sin embargo, conocer nuestras señas de identidad ya no es cool. Para muchos, un absurdo político. Lo intelectualmente moderno y comprometido consiste en divagar sobre lo que votarán los catalanes, el proceso de arrepentimiento recíproco en Euskadi, o el mestizaje planetario de culturas siempre que no se produzca dentro de tu casa. En el mejor de los casos, el progresismo se ha convertido en una pose estéril a miles de galaxias de la realidad. Por eso me parece valiente el gesto de la editorial Almuzara, encargando y publicando la “Historia General de Al Andalus” de Emilio González Ferrín. Una obra maestra. Urgente e importante. Necesaria. Porque explica con rigor y sentido común en qué consiste uno de los ingredientes esenciales del alma popular andaluza. Aunque es un libro de historia, no habla de pasado. Está escrito en presente. Es vanguardia. Política. Pensamiento contemporáneo. Psicología. Sangre. Su lectura debería recetarse en las farmacias. Porque cura esta ignorancia consentida que tanto daño nos está haciendo sin darnos cuenta. Y además, sin pretenderlo, alivia los males del corazón.

Labios como espadas

José Saramago comparó la devastación humana en Palestina con el holocausto nazi. Y no pasó nada. Dijo la verdad. Y no pasó nada. Miento. Lo acusaron de antisemita. Esa es la trascendencia política real de la intelectualidad contemporánea. Ninguna. Pero hizo lo que debía. Decir la verdad y decirlo para que nos doliera la conciencia.

En España la cosa está aún peor. Y cadáver en Andalucía. La capacidad de nuestros intelectuales para influir activamente en la ciudadanía es mínima, por no decir nula. Los más arrojados emplean las espadas como labios. El resto, ni eso. Se entretienen en golpearse entre sí en una sarta de peleas incestuosas que no interesan a nadie. Ni a ellos siquiera. Me asombra y me asusta que la valentía política de los pensadores actuales sobrevenga a los 90 años. Que pocos se atrevan a opinar con metralla por temor a perder su tribuna pública. Que muchos hayan olvidado o ignoren para qué escriben. Yo escribo para cambiar el mundo. Soy un iluso. Lo sé. Pero coincido con Orwell en que no puede llamarse escritor quien no persiga alcanzar una finalidad política con su obra. Él empuñó un fusil. A nosotros nos toca empuñar la vida.

No basta con la palabra. El intelectual contemporáneo tiene que actuar. Convertirse al activismo y llevar a la práctica lo que escribe. No sé quien dijo que la mejor educación era el ejemplo. Así es. Esta sociedad anestesiada necesita de un revulsivo ideológico. Y no basta con la palabra. Poco tiempo después de la denuncia de Saramago, Israel invadió Líbano. Unos callaron para no ser acusados de antisemitas. Otros hablaron y hablaron hasta llenar columnas y columnas de dolor ajeno. Pero nadie salió a la calle a protestar. Porque era verano, claro. Vacaciones. Y porque la verdad política se viste de colores y ahora tocaba vestirse de silencio para nuestra vergüenza.
Creo con sinceridad que los intelectuales nos hemos convertido en los peores cómplices de esta mal llamada “sociedad de la información”, de este monstruo que desinforma a fuerza de vomitar opiniones. Nos hemos degradado en simples alimentadores del ruido de fondo. El ciudadano inteligente nos rehuye como la peste y termina fabricándose su propia verdad, infinitamente menos esteriotipada que la nuestra. ¿Y así queremos cambiar algo? Así es imposible. Hoy ya no sirven los cauces literarios de siglos pasados. No basta con la palabra porque la mayoría de las veces nos sobra. Lo que necesita esta sociedad son ejemplos. Hechos. Acciones. Para mí es mucho más “intelectual” quien se deja la vida por los demás, que quien piensa por escrito para sí mismo. Los tiempos han cambiado y es lógico que también cambien los mecanismos para influir en las conciencias. Es urgente hilvanarlas al corazón para elevarlas a la categoría de movimientos colectivos. Sigo creyendo y confiando en que esta tarea corresponde a los intelectuales. Pero me temo que no así.
Lo que dijo Saramago no sirvió para nada, aunque me hiriera por dentro como si me hubieran bombardeado los intestinos. Pero al menos Saramago utilizó los labios como espadas. Esa fue su acción. Su ejemplo. Ya es Nobel y viejo por fuera. Nosotros todavía no hemos cumplido la mitad de sus años, y ya damos pena. Por fuera y por dentro.

La hija del candidato

La noche del domingo la pasé con un candidato. No consiguió su acta de concejal. Entregó el corazón al pueblo. Y el pueblo le dio la espalda. A medida que conocía los resultados, se apagaba un poco más la luz de sus ojos. Hasta el eclipse. Sus compañeros llegaron rotos a la sede. Los más jóvenes golpeaban las paredes. Ellas sostenían el gesto con el maquillaje difuminado por las lágrimas. Ninguno pretendía poder. Ni dinero. Ni tierra. Todos comprometieron mucho más que sus nombres por un ideal. Y a todos les dolía la ingratitud como un cáncer en el alma. La enfermedad social más nociva y con las secuelas más inhumanas que conozco. La ingratitud metaboliza a los más débiles en bueyes o en lobos. Afortunadamente, son fuertes. Y aunque la vida no les había vacunado contra ella, ninguno hundirá la cabeza ni morderá por instinto. Seguirán siendo hombres y mujeres a quienes les dolerá los demás aunque a los demás no les duela.

La hija del candidato tiene 18 años. No comprendía lo ocurrido. Buscaba con la mirada perdida una razón por todas partes. Su padre intentó consolarla con un abrazo. Entonces supe que todo había merecido la pena. Su hija no lloraba por no tener saldo en el móvil. O porque quería llegar más tarde a casa. O quedar con sus amigos de botellón. No. Ella lloraba porque había tomado conciencia de la realidad. Y le dolía como a cualquiera que siente el dolor ajeno tanto como el propio. En otro tiempo no muy lejano, la mayoría callaba cuando metían al vecino en la cárcel. Eso le pasa por pensar distinto, decían. Hoy son muy pocos los encarcelados por ese motivo. Ahora se castiga a los disidentes de otra manera. Se les hace la vida imposible. No se les contrata o son injustamente despedidos. No consiguen subvenciones. Son calumniados. Y calumniar es como comer la carne de tu hermano muerto. Un mal que jamás se cura. La mayoría, como entonces, prefiere no saber para no tener cargos de conciencia. Pero la hija del candidato ya sabe que existen personas de otro metal que se dejan la piel para que no se cometan más injusticias. Y ha terminado aprendiendo que son las personas como su padre quienes las sufren más injustamente. Y a mí me ha confirmado que nunca pierde quien actúa movido por el amor y conforme a su conciencia.

Dice una copla andaluza: “Cuando me quiero morir, echo una manta al suelo y me jarto de dormir”. Son muchos los políticos profesionales que se quieren morir tras las últimas elecciones. Algunos como Pacheco o Garrido han decidido suicidarse antes de que otros los fusilen. La mayoría duerme. Ahora que los barcos se hunden, ahora que los tripulantes saltan por la borda, ahora, precisamente ahora, hay que subir para remar. Desde esta humilde ventana invito a la unión de todas las fuerzas civiles y políticas que se sientan andaluzas de izquierda para formar un bloque de activismo republicano, federalista, ecologista, universalista y radical democrático. Creo que el barco ya existe y que el capitán está dispuesto a subir en él a todas las pateras. Y podría dar mil argumentos políticos a favor. Pero ninguno tan convincente como las lágrimas de la hija del candidato.