lunes, 4 de junio de 2007

La hija del candidato

La noche del domingo la pasé con un candidato. No consiguió su acta de concejal. Entregó el corazón al pueblo. Y el pueblo le dio la espalda. A medida que conocía los resultados, se apagaba un poco más la luz de sus ojos. Hasta el eclipse. Sus compañeros llegaron rotos a la sede. Los más jóvenes golpeaban las paredes. Ellas sostenían el gesto con el maquillaje difuminado por las lágrimas. Ninguno pretendía poder. Ni dinero. Ni tierra. Todos comprometieron mucho más que sus nombres por un ideal. Y a todos les dolía la ingratitud como un cáncer en el alma. La enfermedad social más nociva y con las secuelas más inhumanas que conozco. La ingratitud metaboliza a los más débiles en bueyes o en lobos. Afortunadamente, son fuertes. Y aunque la vida no les había vacunado contra ella, ninguno hundirá la cabeza ni morderá por instinto. Seguirán siendo hombres y mujeres a quienes les dolerá los demás aunque a los demás no les duela.

La hija del candidato tiene 18 años. No comprendía lo ocurrido. Buscaba con la mirada perdida una razón por todas partes. Su padre intentó consolarla con un abrazo. Entonces supe que todo había merecido la pena. Su hija no lloraba por no tener saldo en el móvil. O porque quería llegar más tarde a casa. O quedar con sus amigos de botellón. No. Ella lloraba porque había tomado conciencia de la realidad. Y le dolía como a cualquiera que siente el dolor ajeno tanto como el propio. En otro tiempo no muy lejano, la mayoría callaba cuando metían al vecino en la cárcel. Eso le pasa por pensar distinto, decían. Hoy son muy pocos los encarcelados por ese motivo. Ahora se castiga a los disidentes de otra manera. Se les hace la vida imposible. No se les contrata o son injustamente despedidos. No consiguen subvenciones. Son calumniados. Y calumniar es como comer la carne de tu hermano muerto. Un mal que jamás se cura. La mayoría, como entonces, prefiere no saber para no tener cargos de conciencia. Pero la hija del candidato ya sabe que existen personas de otro metal que se dejan la piel para que no se cometan más injusticias. Y ha terminado aprendiendo que son las personas como su padre quienes las sufren más injustamente. Y a mí me ha confirmado que nunca pierde quien actúa movido por el amor y conforme a su conciencia.

Dice una copla andaluza: “Cuando me quiero morir, echo una manta al suelo y me jarto de dormir”. Son muchos los políticos profesionales que se quieren morir tras las últimas elecciones. Algunos como Pacheco o Garrido han decidido suicidarse antes de que otros los fusilen. La mayoría duerme. Ahora que los barcos se hunden, ahora que los tripulantes saltan por la borda, ahora, precisamente ahora, hay que subir para remar. Desde esta humilde ventana invito a la unión de todas las fuerzas civiles y políticas que se sientan andaluzas de izquierda para formar un bloque de activismo republicano, federalista, ecologista, universalista y radical democrático. Creo que el barco ya existe y que el capitán está dispuesto a subir en él a todas las pateras. Y podría dar mil argumentos políticos a favor. Pero ninguno tan convincente como las lágrimas de la hija del candidato.

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